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  • Clara Doval

La Rebelión.


¿Cómo pretendemos tener amor si no pensamos en el?

¿Cómo vamos a pretender la práctica del espíritu, el encuentro personal cuando somos incapaces de conocer al otro con la disposición de nuestro intelecto?

¿Cómo pretenderemos encontrar la luz de la verdad entre tanto mensaje ruidosamente oscuro?

Si bien empiezo esta pseudo reflexión que vengo masticando hace dos, tres o cuatro días, entiendo que es sólo un borrador de las múltiples oportunidades que me va a dar el tiempo (o este sin tiempo) para reescribir, repensar, recordar.


Miraba ayer el fenómeno singular de una ciudad que dice que está vacía. Escuchaba esa tan promovida solidaridad común que parece que tenemos los Argentinos al tono de cancha celebrando que la cuarentena la hacemos todos y no sé cuántas cosas más hacemos todos.


Me vi un poco sumergida en esa angustia de los primeros momentos de silencio, como cuando se derrumba algo, cuando empezás las vacaciones y tenés tanto tiempo que irremediablemente no sabes qué hacer, esa sensación de vacío tenebroso que hacen las turbinas de un avión antes del despegue.


Escuché y sentí todos esos vacíos vividos y también los imaginarios. Y también me abrumé. Me abrumó esta tarea nueva desconocida que me ordenaba imperativamente volverme un ser inmediato, practicar la bilocación que solo habilitan los tiempos virtuales, y romper con las barreras del respeto a los tiempos de cada uno. Pues claro, no hay tiempo en el limbo en el que ahora estamos sumergidos.


Y ante todo, en el paradójico silencio de esta ciudad revoltosa que parece que se paralizó en una tarde de domingo de sol, empecé a escucharme.


Escuche el mundo que habito. Y me pregunté por ese deshabitar obligatorio. Chequie las redes, la tele, el teléfono, los mails. La marea imparable de frenar con lo evidente: estamos obligados a habitarnos. Estamos, de una manera cómica y tenebrosa a la vez, obligados a habitar nuestros corazones, nuestros afectos, nuestro pensar y sentir. ¡qué miedo tenés hombre moderno de habitarte! Qué pánico te genera ver tu casa, sentir tu hogar. Con vivir. Vivir con.


Y no solo me trajo lo evidente, este tsunami de hiperactividad donde todo se acompaña de un #CuarentenaTime, viene a recordarnos que solo somos negocio. Producto. Consumo. Especie en constante construcción porque se aburre de saberse persona.


Y surge espontáneamente y sin planificación ni horario: el ocio. La contemplación. El silencio mirándonos divertido esperando que nuestro yo más productivo derrame lágrimas de aburrimiento social.


Ciertamente aquello que se paraliza se muere. Ciertamente la quietud mata al hombre.


Y de manera singular, la productividad está logrando que desaparezca lo naturalmente humano: reflexionar.


El asombro, la maravilla de esa quietud que sólo puede producir lo que ninguna máquina puede: ideas. El asombro frente a lo sencillo. La conmoción de quien contempla. Los intentos fallidos y válidos de contemplar el misterio. Y de buscar, corazón inquieto, la Verdad.


Nada de todo ese ruido de Hashtag nos va a llevar a la rebelión más magnífica que se nos plantea hoy. La lucha en contra de este sistema. De esta opresión que nos vulnera y nos vuelve autómatas esclavos de un horario, de un tiempo, de una entrega. Del negocio.


¿Cómo pretendemos tener amor si no pensamos en el? ¿cómo vamos a pretender la práctica del espíritu, el encuentro personal cuando somos incapaces de conocer al otro con la disposición de nuestro intelecto? ¿Cómo pretenderemos encontrar la luz de la verdad entre tanto mensaje ruidosamente oscuro?


Ante estas estructuras que parecen hoy frágiles y volátiles debe emerger la revolución del ocio, de la contemplación, del habitar en comunión con el espíritu. La revolución de la Verdad y la Belleza. Nunca más comprensibles las palabras de Benedicto: “El encuentro con la belleza puede ser el dardo que alcanza el alma e, hiriéndola, le abre los ojos, hasta el punto de que entonces el alma, a partir de la experiencia, halla criterios de juicio y también capacidad para valorar correctamente los argumentos.” Es que este encuentro, este habitar, resulta doloroso.


Seremos verdaderos hombres cuando asumamos la contemplación como el acto de encuentro y amor hacia la Verdad.


A la espera de esta rebelión de los hombres del ocio. A la espera de esta contra marea de la hiperproductividad.


A la espera de que se enciendan velas en los altares donde se contempla la belleza que no tiene fin. Y el Milagro más grande.


Es que, si no hay tiempo para el silencio, jamás habrá Amor, Verdad y Belleza. A la espera de esta rebelión, sometemos este tiempo.


Esperando, contra toda esperanza.

María Clara Doval

Miembro activo Dirección de Arte

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