Harry Houdini fue mundialmente conocido por sus ilusiones y escapes. De hecho, todavÃa hoy se lo recuerda por muchos de ellos. Sin duda muchos ilusionistas de hoy han superado la espectacularidad —y peligrosidad— de sus trucos. Pero Houdini siempre será un nombre que inspire respeto en el mundo de la ilusión, como ocurre con los que marcan un camino en los inicios para que otros puedan transitarlo. Si otros llegaron más lejos, es porque empezaron donde Houdini terminó.
Sin duda uno de los escapes más recordados de Houdini fue el de la Cámara de agua de tortura china. En ella, Houdini era suspendido de los pies boca abajo e introducido asà en una suerte de caja de vidrio transparente llena de agua. La tapa era sellada por arriba, de modo que sus pies quedaban fuera de la caja, aprisionados en unos agujeros en la tapa. Imposible moverse, imposible respirar. El vidrio se cubrÃa con una cortina, y cuando pasaba más del tiempo que un hombre promedio podÃa soportar sin asfixiarse, Houdini emergÃa agitado, victorioso. Y el público se deshacÃa en aplausos y gritos sin salir de su asombro.
Asombro
Para Aristóteles, el asombro surge cuando uno desconoce las causas de algo. Cuando uno desconoce cómo se hace algo que captura su atención, se asombra. De ahà que Houdini asombraba no por hacer cosas que nadie podÃa hacer, sino por hacer cosas que nadie sabÃa cómo hacer. Probablemente, si todos sus trucos hubieran sido revelados, más de uno se hubiese animado a hacerlos, acaso con éxito. Pero lo que le daba notoriedad era que el cómo hacÃa eso que hacÃa permanecÃa en el misterio. Y por eso el asombro.
Los niños se asombran de todo. En cambio, cuando uno crece, son cada vez menos las cosas que generan asombro. ParecerÃa, entonces, que la pérdida de la capacidad de asombro serÃa un signo de crecimiento, de madurez. Y entonces, sólo cuando uno es adulto se asombra por las cosas por las que vale la pena asombrarse: lo espectacular, lo extraordinario, lo novedoso. En suma, algo casi milagroso que desafÃe nuestra inteligencia, performado de un modo tal que el know-how quede en el misterio. El niño, en cambio, se asombra con lo cotidiano, con lo ordinario, con algo que puede pasar todos los dÃas.
Detrás del asombro
Es notable cómo debido a su falta de "madurez" —o acaso gracias a ella—, el niño parecerÃa estar más en contacto con una verdad que el adulto, al crecer, parecerÃa haber olvidado. ¿Cuál? Que lo ordinario tampoco sé cómo se hace. Y esto es acaso más digno de asombro. En efecto, escapar de la cámara de agua de tortura china de Houdini es sin duda asombroso. Pero en la medida que fue hecho por un ser humano, puede ser hecho nuevamente por otro. En cambio, ¿cómo se hace florecer una flor? ¿Cómo se hace que los dÃas y las noches transcurran en una sucesión inalterable? ¿Cómo se hace que una oruga se transforme en mariposa? ¿Cómo se hace que una semilla empiece a germinar? "Con calor, tierra y humedad", dirá alguno. ¿Pero cómo ese cóctel hace que la vida latente de una semilla se despliegue?
Un misterio es algo que no se puede ver en toda su profundidad, pero no por ser oscuro, sino por exceso de luz, dirá Santo Tomás. Frente al misterio, nuestra inteligencia se encuentra como los ojos de un ave nocturna frente al sol. Lo interesante es que, para Tomás, toda la realidad es misteriosa, pues ha sido pensada al detalle por una inteligencia increada, ilimitada, infinitamente sabia; de ahà que la realidad me supere. Y por eso quien alegue haber llegado a conocer la esencia o el por qué último de algo no hace sino dejar expuesta su ignorancia. Puede describir, sà —y con mucho detalle—, el devenir de algún proceso natural, como la germinación y crecimiento de una semilla. Pero no puede explicar en última instancia por qué una semilla finalmente germina, ni qué es eso que llamamos vida y que late en su interior. Al final, para el observador meditativo y profundo —asà como para el niño—, lo ordinario termina siendo lo más asombroso.
Daniel Torres Cox
Diácono de FASTA
Director de Formación de la SITA Joven