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Retorna a tu propio corazón.


Decía Pascal: “Toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación”. Casi todos nosotros pasamos la mayor parte del tiempo “divirtiéndonos”, del latín “di vertere”: división/dos y verter; es decir, casi siempre vivimos divididos, volcados o derramados hacia fuera, huyendo de nosotros mismos. En vez de luchar con las grandes inquietudes de la existencia (¿Dios existe?, ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿hay algo después de la muerte?, ¿cuál es mi propósito en la vida?, etc.), preocupamos nuestra atención con el trabajo, el estudio, reuniones, etc. Sin ser estas cosas malas, por el contrario, son muy buenas, es verdaderamente trágico pensar que hacen que muchos hombres no lidien con las cuestiones existenciales más profundas y ganen su vida perdiéndose a sí mismos. Ahora bien, estamos transitando la pandemia del Coronavirus: todo aquello que nos mantenía “di-vertidos” está clausurado. La consigna es, a modo de hashtag: quédate en casa. ¿Qué significa esto? Por supuesto que el aislamiento preventivo del contagio, pero también, y este es el punto en el que queremos insistir, la inusual y excelente ocasión para retornar a la casa dónde en general no habitamos. Dice nuestro patrono Santo Tomás: boni... delectabiliter ad cor proprium redeunt: “los buenos retornan deleitablemente al propio corazón”. Esta es la oportunidad para estar en casa solo sentado conmigo mismo y en silencio, y concentrarme en lo verdaderamente importante. Esto es lo que proponemos en esta cuarentena: ¡retornar al propio corazón! Como decía San Agustín: “No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad”.


Autor: Juan Fernández Ruiz

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