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  • Montserrat Alonso

En recuerdo del primer miembro de la SITA, Juan Pablo II


En este día de su memoria litúrgica, de diversas maneras podríamos recordar a nuestro querido Papa San Juan Pablo II, patrón de la SITA Joven. Se lo llama “el Papa de los jóvenes”; “el Papa viajero”, el “político”, el “amante del teatro” e incluso “el Papa deportista”. Pero hoy nosotros quisiéramos recordarlo como el “primer miembro de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino”. Sí, sí, como leyeron. El entonces cardenal Karol Wojtyla fue el primer miembro oficial de la SITA, y un gran promotor del estudio y enseñanza del Aquinate.

Durante todo su pontificado, Juan Pablo II se preocupó por hacer viva la enseñanza de Santo Tomás, tan bellamente descrita y enseñada en su encíclica Fides et ratio. Allí comenzará diciendo que “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”. Es decir, el Pontífice aseguraba que la contemplación de la Verdad, es decir, del mismo Cristo, no se podría hacer eliminando uno de estos dos pilares: dejando de lado la razón caeríamos en un fideísmo, negando la Fe sería puro racionalismo. De allí que este deseo de conocer la verdad sólo pueda darse en plenitud poniendo en juego ambas dimensiones del hombre.

Pero el pontífice dirá más: “entre los diversos servicios que la Iglesia ha de ofrecer a la humanidad, hay uno del cual es responsable de un modo muy particular: la diaconía de la verdad” (n.5). La Iglesia no puede quedar ajena a búsqueda, no la puede dejar librada a las conciencias de los hombres, sino que en este camino de búsqueda, la Iglesia tiene que anunciar que esa Verdad es Jesucristo.

Esta diaconía de la Verdad, como la llama Juan Pablo II, no sólo hace partícipes a los fieles para ponerse en búsqueda, sino que también responsabiliza a comprometerse con las verdades halladas; es decir, todo eso que se va descubriendo debe ser encarnado en la propia vida.

Para progresar en este conocimiento uno de los caminos más adecuados, dirá Juan Pablo, es el de la filosofía, porque en primer lugar este camino nos habla de amor, de tender hacia algo que nos atrae: la sabiduría (amor a la sabiduría). Donde el gran punto de partida será el asombro, que surge de la contemplación de las cosas creadas. Así, se nos plantea un camino ascendente: de las creaturas al Creador, de la bondad de las cosas a la Bondad suprema, de la belleza de las cosas creadas al que es la Belleza pura. Y aquí es donde entra en juego el pensamiento del Aquinate.

Le dedicará una parte esencial en su encíclica destacando el valor perenne de su pensamiento. Tomás será el gran artesano, que en una obra maestra, como es la Summa de Teología, podrá ir entrelazando de un modo perfecto y armonioso fe y razón, para elevar así a cada alma que se acerca a su lectura y estudio a contemplar a la Verdad Suprema. Dirá de Tomás que fue el “Apóstol de la Verdad”, no sólo porque la estudió, sino porque ante todo, la amó, la conoció, y por ello la encontró en todo lugar donde se manifestara. San Juan Pablo II citará una hermosa frase al respecto de SS. Pablo VI: “No cabe duda que santo Tomás poseyó en grado eximio audacia para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar problemas nuevos y la honradez intelectual propia de quien, no tolerando que el cristianismo se contamine con la filosofía pagana, sin embargo no rechaza a priori esta filosofía” (n. 43).

Muchas más enseñanzas dejó Tomás en el alma de nuestro querido Papa, que se hicieron realidad en su pontificado. Por ello, hoy recordamos a ambos, para que desde el Cielo, donde ya se encuentran contemplando aquella Verdad que incansablemente buscaran y predicaran en esta vida, intercedan para que la SITA también hoy pueda cumplir con su misión de ser Apóstol de la Verdad.

Y que queden resonando en nuestros corazones aquellas palabras que un día Juan Pablo II les dirigió a los miembros del Angelicum, con motivo del primer centenario de la Aeterni Patris: “Quien se acerca a Santo Tomás, no puede prescindir de este testimonio que emerge de su vida; más aún, debe encaminarse valientemente sobre sus huellas con el compromiso de imitar sus ejemplos, si quiere llegar a gustar los frutos más recónditos y sabrosos de su doctrina” (n. 10).

Montserrat Alonso

Catherina de FASTA

Miembro de la Comisión Directiva de la SITA Joven

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