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  • Pablo Grossi

La felicidad en el más acá


La felicidad, ah, ah, ah, ah me la dio tu amor, oh, oh, oh. Ramón “Palito” Ortega

Felicidad empieza con fe, empieza con fe, con fe y amistad. Carlos Salim Balaá

El genial Josef Pieper dedica el último capítulo de su magnífica obra El ocio y la vida intelectual[1] al tema de la felicidad. Allí explica a fondo la relación entre felicidad y contemplación en el pensamiento cristiano, la cual puede resumirse en el encuentro entre la filosofía griega y la sabiduría Evangélica.

  • La felicidad —palabras más, palabras menos, así la define Santo Tomás, siguiendo a los griegos— consiste en la acción más perfecta (la contemplación) de la facultad más perfecta (la inteligencia) sobre el objeto más perfecto (Dios). En resumen: la felicidad consiste en la contemplación de Dios (Summa Theologiae I-II, q. 3, a. 5, in c).

  • Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo (Juan 17, 3).

  • Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí (1 Corintios 13, 12).

Ciertamente, la capacidad de inteligir —esto es, de captar las esencias de las cosas— es una de las características que más nos asemeja a Dios. Y lo más alto, lo más sublime, lo más excelso que se puede inteligir es a Dios mismo. En la contemplación de la Trinidad Santísima está, pues, la satisfacción plena de todo deseo y anhelo del ser humano. Y en eso consiste la felicidad. Pero, como sostiene el Aquinate (Summa Theologiae, I-I q. 12), esto sólo puede darse en la vida eterna.

A partir de esta afirmación —a saber: “la felicidad consiste en contemplar a Dios en el Cielo”—, muchos enemigos del cristianismo nos han lanzado distintas acusaciones a nosotros, los cristianos. Entre ellas, que caemos en un pesimismo radical[2], pues ignoramos los problemas reales del ser humano para mirar hacia un cielo cuya existencia desconocemos. ¿Cómo respondemos a esto? Cortito y al pie, con los epígrafes del presente escrito.

Ojo: ni Palito Ortega es autor de la Patrística, ni Carlitos Balá es Doctor de la Iglesia. Pero, en su sentido común, en su sencillez y espontaneidad casi ingenuas, encontramos dos grandes verdades ocultas. Con respecto a la frase de Palito, diremos que es cierta, en tanto que el Tú lírico —aquel a quien le estamos cantando— sea Nuestro Señor: a Él podemos decir “la felicidad me la dio tu amor”. Pues la felicidad verdadera proviene de Dios, y sólo de Él. En primer lugar, nos creó. Y Dios crea con y por amor. La existencia de las cosas creadas procede de un acto amoroso de la voluntad divina (Summa Theologiae, I-I Q 20, 44 y 45). Así se dice que Dios es Amor (1 Juan 4, 8), y que sin su Verbo no se hubiera hecho nada de cuanto se hizo (Juan 1, 3).

En segundo lugar, tanto nos amó que nos dio a su Hijo Único (Juan 3, 16), Él Hijo se entregó por nosotros (Galátas 2, 20) y no hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Juan 15, 13). Y, por último, la visión que tienen en el Cielo los Bienaventurados es una visión amorosa. Pues lo único que permanece en el Cielo es el amor. La fe ya no será requerida allí, pues no habrá que creer: habrá contemplación directa de Dios. Y ya no se necesitará la esperanza, porque estando frente a Dios no habrá más nada que esperar. Sólo el amor permanecerá: el amor de los hombres se fundirá en el Amor de los Amores, en una amorosa alabanza perpetua que satisfará todos los deseos y permitirá reposar al corazón.

La segunda autoridad a la que aludíamos es el inefable Carlitos Balá, quien no se equivoca al decir “felicidad empieza con fe”. Ciertamente, al hablar sobre las ventajas de la fe, Santo Tomás dice, en su comentario al Credo, que esta nos permite ir anticipando la vida eterna. Y al mismo tiempo, es requisito —no el único, pero sí uno muy importante— para acceder al Cielo. Avanzamos un poco más: el citado fragmento no sólo alude a la fe, sino también a la amistad, y al amor (¡sí, de nuevo el amor!). Decimos nosotros: la amistad con Dios y la amistad cristiana hacia al prójimo nos bajan a la tierra un pedacito de Cielo.

He aquí la respuesta a los que pretenden descalificar al cristianismo, acusándolo de hacer que el hombre se olvide de la felicidad en esta vida. La vivencia de la fe, la esperanza y el amor en el más acá nos anticipan la Gloria venidera. Sí: es cierto que no puede existir aquí una felicidad plena y absoluta. La experiencia cotidiana de las distintas manifestaciones del mal da cuenta de ello —la muerte, el dolor, el sufrimiento, el hastío…—. Pero eso no significa que en medio del valle de lágrimas no haya, de tanto en tanto, destellos de Cielo. Debemos sostenernos en estos momentos felices, en nuestros familiares, en nuestros amigos, en el arte, en la cultura para seguir marchando, como en procesión militar, con firmeza y alegría, hacia la Patria Eterna.

Pablo Grossi

SITA Argentina

[1] Lectura obligatoria.

[2] La refutación a esto se encuentra en “El espíritu de la Filosofía Medieval”, de Etienne Gilson, Capítulo VI. También de lectura obligatoria.

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