top of page
  • Pablo Grossi

Pican pican...


El mes de abril contabilizaba ya sus últimos días cuando la Ciudad de Buenos Aires se vio aplastada por una montaña de mosquitos. Rezagados perros con alas sedientos de sangre, los aedes albifasciatus eran el tema que estaba en boca de todos: desde doña Rosa en la verdulería, hasta los diarios de todos los colores políticos, no sin pasar antes por los sermones parroquiales. Y desde las investigaciones del CONICET hasta los twits de la farándula. Los nuevos mosquitos​ eran tema de conversación obligatoria: que el frío no los mata, que te traspasan la ropa, que no transmiten enfermedades, que pin, que pan. En medio de estos zumbidos otoñales, más de alguno, cansado de rascar ronchas del tamaño de una moneda, habrá pensado: “estos bichos no son criaturitas de Dios. No. Esto e' cosa e' Mandinga”. ¿O acaso algo tan molesto y desagradable es producto del acto creador de un Dios bondadoso? Santo Tomás de Aquino, una vez más, nos da la respuesta.

Crear es conducir algo desde la absoluta inexistencia hacia el acto de ser, sin partir de algo anterior. Para Platón, por ejemplo, el Demiurgo, el hacedor del mundo físico, se sirve de una materia preexistente, una suerte de arcilla primordial con la cual moldea al mundo visible. Distinto es el caso del Dios Uno y Trino, a quien nosotros adoramos: Él crea desde la nada. ¿A los mosquitos también?

En la Suma Teológica, Tomás se plantea la posibilidad de que Dios delegue el acto creador, por ejemplo, a los ángeles. En tal hipotético caso, Dios sería la causa eficiente de la creación, y los ángeles serían la causa instrumental. Dicho de otra manera, seguiría siendo Dios el creador, pero “usaría” a los ángeles para crear algo más.

Esta posibilidad es descartada por una razón sencilla: las causas instrumentales siempre tienen algo que ayuda a la causa principal: el calor, por ejemplo, ayuda al cocinero que elabora un exquisito cerdo al disco; el filo del serrucho, colabora con el tenaz leñador; el lápiz sirve fielmente al dibujante. Pero nada hay en una creatura que pueda servir a Dios para crear a otra creatura: el acto de crear supone que el que crea posee la existencia en grado sumo, y se la participa —se la presta, por así decirlo, pero sin perderlo— de manera limitada a su creación. Sólo puede crear quien posee el acto de ser de manera absoluta. Y nuestro acto de ser —así como el acto de ser de todo lo que no es Dios— es limitado. El acto de ser de Dios, en cambio, es absoluto hasta el punto de identificarse con Él. Dios es el mismo acto de ser que subsiste, es la misma existencia. Nosotros, en cambio, no somos existencia, sino que tenemos una existencia prestada, limitada, participada. Y esto se aplica no solo a nosotros, sino a toda la creación.

¿Entonces los mosquitos también son creados por Dios? Esta pregunta no se la formulaban Adán y Eva en el Paraíso, en donde los mosquitos no los despertaban con molestos zumbidos. Allí, tal vez, los aedes de todas las variedades formaban un coro maravilloso, que entonaba un canto celestial y arrullador. Y las picaduras, seguramente, eran placenteras. Mucho más placenteras que el rascarse de nuestros días.

Al margen de la cuestión por el origen de los mosquitos, cabe destacar que la creación en su conjunto —incluido cada ser, por insignificante o molesto que sea— canta la Gloria de Dios. Una supuesta extinción de toda variedad de mosquitos nos entusiasma a priori. Pero las consecuencias de tal suceso podrían ser desastrosas para el equilibrio de la naturaleza. Pues dicho equilibrio se sostiene con la presencia de todos los seres creados por Dios.

Pablo Grossi

SITA Argentina

87 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page