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  • Joaquín González Zapiola

Prólogo a la Contra Gentiles


Comenzaron a rodar las comisiones de la SITA joven, y la de filosofía no se ha quedado atrás. El viernes 12 de mayo por la noche nos hemos reunido un grupo de jóvenes con vocación filosófica para, una vez más, profundizar en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. La temática en general que intentaremos comprehender este año es La creación. En esa línea, trabajaremos con parte I de la Summa Theologiae, del Santo doctor, en especial con las cuestiones 44, 45 y 46.

En esta primera reunión, a modo de introducción, hemos leído parte de otra gran obra del Aquinate: La Summa contra gentiles. El primer capítulo del libro primero fue nuestro inicio, y ahí se nos habló del "deber del sabio". Santo Tomas comienza citando a Aristóteles y nos dice que lo propio del sabio es ordenar. Pero, ¿qué es lo que se ordena? La respuesta no es tan difícil como parece: lo que se ordenan son las cosas, la realidad; pero, ¿según qué? Según sus fines. De allí que se pueda hablar de una jerarquía de cosas a partir de la perfección de sus diversos fines. El sabio es quien se ocupa de aquello; diremos que es aquel que considera, de estas cosas, las causas; y de éstas, las más sublimes. Contempla la verdad del primer principio, y así, juzga las demás verdades y combate el error.

Otras conclusiones que obtuvimos en un posterior análisis fueron coincidentes con algo que se habla en el segundo capítulo titulado "Lo que el autor intenta en esta obra"; esto es: que para rebatir a los que no creen poseemos diferentes herramientas, a saber, o las Sagradas Escrituras o la razón natural. La primera se usará contra los que aceptan o bien el Antiguo o bien el Nuevo testamento; la segunda, contra quienes no aceptan sino sólo la razón natural.

Los próximos capítulos, muy relacionados con esto último, dieron lugar a discusiones en relación a las verdades sobrenaturales y a las verdades naturales; es decir, las que nos son reveladas y las que podemos ver en la realidad que nos rodea. La limitación del hombre y de sus facultades, sumado al modo de proceder en el conocimiento —a partir de lo sensible, dado su hilemorfismo— hace que le sea imposible captar naturalmente las verdades que sólo podemos conocer por la Revelación. Nótese que ni el espíritu separado, el ángel, puede conocer perfectamente a Dios. De ahí que tenga lógica y sentido que Dios haya revelado aquellas verdades a las que el hombre jamás hubiera llegado por sí mismo.

Esto último llevó a Tomas a aclarar que el que estas verdades sean muy complejas y que, por lo tanto, no podamos comprenderlas plenamente, no significaba que sean falsas. Somos una lechuza que mira al sol: demasiada Luz para nuestros ojos, demasiada Verdad para nuestro poco recipiente. Es tanta la intensidad que poseen que el hombre no las puede abarcar.

En el capítulo séptimo se dice algo fundamental para la comprensión de lo que se viene desarrollando y que no hay que perder de vista, a saber, que las verdades de la fe y de la razón no se contradicen. Las verdades dadas por la Revelación no son contrarias a las de la razón, y esto se debe principalmente a que ambas fluyen como un río desde Dios. Siendo Él —la Sabiduría y la Verdad— su único principio, no sería lícito ni acertado pensar que puedan contradecirse.

En conclusión, la idea de fondo que se puede vislumbrar en aquellos capítulos es que fe y razón no son adversarios, sino más bien compatriotas, y esa patria es la Verdad, y el sabio, una vez más, es el defensor de ella.

Joaquín González Zapiola

Comisión de filosofía

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