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  • Rosario Ruffino

Una mirada a la Trinidad a partir del misterio de Cristo


Al desarrollarse las disputas trinitarias del siglo IV, la Iglesia ingresó por el mismo camino que Dios había elegido para aproximarse a nosotros: el Misterio de la Divinidad de Cristo. Reconociendo a Cristo como Hijo Eterno, Engendrado, no Creado, se puede explicar de alguna manera que, siendo idéntico al Padre, Él, junto con el Espíritu Santo, conforman un Único Dios y Tres personas Distintas.

El Catecismo de la Iglesia Católica, expone este Misterio central, afirmando, en primer lugar, que no confesamos tres dioses, sino un Único Dios Verdadero. La fe en la Trinidad no puede contradecir esta Verdad, objeto de revelación en el Antiguo Testamento. Las tres Personas, cada una de ellas, y las tres juntas, son la misma Sustancia Divina. No son tres partes de Dios, ya que Él no puede ser dividido; es simplísimo, una unidad perfecta.

Sin embargo, insiste el Catecismo en que, a su vez, las Tres Personas son realmente distintas entre sí. No se trata de tres nombres de Dios, ni de tres modos que tiene de manifestarse ad extra, es decir, hacia sus creaturas, como creador, redentor y santificador. Eso sería una especie de modalismo herético. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas en su misma intimidad divina. Aún prescindiendo de la creación, y así esta nunca hubiese tenido lugar, Dios es Trino desde toda la Eternidad.

Siendo este el gran Secreto de la Vida Divina, que escapa a toda comprensión humana, sólo lo conocemos por medio de Jesucristo, porque Él, que ha salido del Padre, nos lo ha contado: “Nadie ha visto a Dios jamás, pero Dios-Hijo único nos lo dio a conocer; él está en el seno del Padre y nos lo dio a conocer.” (Jn 1, 18). Por tanto, sobre la Santísima Trinidad, no hay forma en que la mente humana pueda demostrarla. Es objeto de absoluta Revelación.

Sin embargo, toda Verdad en Dios halla su fuente y en Él no podemos encontrar contradicción. Por tanto, siendo la Trinidad verdad sobre Dios, no puede ser repulsiva a la razón. Con ayuda de la fe, y una inteligencia afinada, lo que podemos demostrar es que la idea de un Dios Trino no es absurda. Aún cuando no podamos entenderla en toda su profundidad, ni mucho menos explicarla del todo, podemos aproximarnos a una cierta intelección de este Misterio, según la medida de nuestra pobre capacidad racional.

Así, el primer paso para llegar a entender algo sobre las Tres Personas y el Único Dios es hablar de procesión (proceder: tener su origen en otro). Es posible afirmar en Dios una suerte de relación de origen y originado. ¿Pero esto no contradice la simplicidad de Dios? Santo Tomás explica que, cuando una procesión se da al interior de un ser, mientras más perfecto es ese ser, más unido estará el efecto a su causa. Así, en la procesión intelectual, el concepto racional conforma una única sustancia con el ser inteligente que lo origina. Del mismo modo, en Dios, en el acto perfectísimo de su Sabiduría, en la cual Él se conoce a Sí mismo, tanto el acto de conocerse como el concepto —la imagen, la palabra de sí— debe ser absolutamente idéntico con su propia Esencia Divina. No caben distinciones de acto y potencia, sustancia y accidentes. Dios es un Acto Puro, infinitamente perfecto, sin mezcla de potencialidad ni imperfección.

Por tanto, en la Procesión del Hijo, Éste es engendrado desde toda la Eternidad por el Padre, en cuanto que es su Imagen Perfecta, absolutamente idéntica a Él. Por eso, el mismo Cristo dice a Felipe: “El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14, 9-10). Cristo no deja de mencionar a su Padre como a Otro distinto de sí, pero también afirma “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30). El Uno está en el Otro. Sólo se distinguen en cuanto que el Padre es ingénito y el Hijo engendrado. En esta relación de oposición se basa su distinción. No son partes separadas. Son un mismo Dios.

Rosario Ruffino

Encargada de Formación de la Comisión de Teología

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